ESTIMULANDO EL LENGUAJE EN NIÑOS

Cuando en la familia existe un ambiente estimulante y educativo que favorece el desarrollo lingüístico del niño estamos contribuyendo a proporcionarle un instrumento que le facilitará la adaptación social y su desarrollo personal.
En general, todos los niños requieren cierto grado de estimulación dentro del hogar para que el aprendizaje del lenguaje se realice.
Todos hemos observado en algún momento cómo disfrutan los niños imitando o copiando ademanes, expresiones y acciones, normalmente de sus padres o educadores, convirtiéndose éstos en sus modelos favoritos.
En el caso del lenguaje, la imitación produce un doble efecto positivo en el niño. Por un lado se oye hablar a sí mismo, lo cual lo ayuda a controlar sus emisiones y, por otro, escucha al adulto, que lo motiva a ajustar las palabras a un modelo que le permitirá corregir y mejorar su lenguaje poco a poco. De aquí la conveniencia de hablar con los niños con claridad, sin ceder demasiadas veces a la tentación de imitarlos, ya que si los pequeños escuchan continuamente un modelo erróneo igual al que ellos producen puede retrasarse la adquisición de un lenguaje correcto.
Ocurre lo mismo si tomamos sus defectos como una gracia, pues vamos a favorecer la tendencia en el niño o niña a repetirlo igual y a reforzarle de este modo una pronunciación defectuosa.
No es conveniente tampoco el uso continuado de diminutivos, el niño de corta edad tiende a omitir la primera parte de la palabra, por lo que puede llegar a hablar con una serie de “itos” que evidentemente dificultarán la comunicación. Las designaciones abreviadas y las onomatopeyas (guau – guau por perro) utilizadas como medio de nombrar objetos producen el mismo efecto, además de entorpecer el aprendizaje correcto de las palabras.
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Escuchar y dejar hablar.

En el mundo acelerado y lleno de prisas en que vivimos resulta a veces difícil encontrar un rato para escuchar a nuestro hijo (a) y que nos cuente sus cosas. Este tiempo de dedicación es fundamental si queremos que el niño (a) utilice y desarrolle el lenguaje correctamente.

El niño no aprende sólo oyendo, necesita practicar y para ello tiene que establecer una interacción con el adulto. El cuento, la narración, el juego, la observación de escenas y dibujos, las visitas al zoológico, al aeropuerto, a una estación de tren son medios que se pueden y deben aprovechar, entre otros muchos, para propiciar la conversación.

Fomentar un clima de afecto y seguridad:

El niño (a) necesita un equilibrio emocional para adaptar su conducta al medio en que se desarrolla. Sentirse querido y comprendido le proporcionará seguridad en sí mismo y el establecimiento de una disciplina justa, coherente y adecuada le será muy útil como guía y norma de su conducta. Si, además, se procuran evitar las causas que son capaces de originar frustraciones e inhibiciones en el niño (demasiada exigencia, censurar de forma habitual sus actuaciones y trabajos…), estaremos favoreciendo su progreso verbal.

Favorecer la fluidez verbal:

En el niño el lenguaje es un producto de su interrelación con los demás. Por tanto, el pequeño hablará cuando tenga necesidad de hacerlo y los padres pueden aprovechar y crear situaciones que lo favorezcan.

Posteriormente, es interesante favorecer con actividades diversas la fluidez en la expresión y la soltura en el habla.

La estimulación es fundamental desde edades muy tempranas.
En los dos primeros años: mover juguetes musicales, sonajeros, campanas cerca del niño para que comience a buscar la fuente sonora y relacione el ruido con el movimiento; hablarle desde diferentes lugares y posiciones; susurrarle al oído; cantarle canciones infantiles; variar el tono de voz atendiendo a situaciones concretas de alegría, decepción, enfado o sorpresa; nombrarle los objetos mientras se los señalamos; proporcionarle objetos sonoros que produzcan diferentes ruidos para que los hagan sonar; hacer onomatopeyas (cascos de un caballo, mugidos, ruidos de trenes, sirenas …); enseñarle las ilustraciones de los libros de cuentos y nombrarle los objetos que aparecen; hablarle de todo lo que lo rodea; y ponerle música variada y de diferentes ritmos.

De los dos a los cuatro años: describirle las acciones que realiza el protagonista en los cuentos; descubrir los sonidos al niño (rasgar, arrugar y cortar una hoja de papel, llenar con diversos materiales cada vez y apreciar las diferencias sonoras en un frasco de cristal, golpear sobre distintos objetos los cubiertos de cocina…); y emitir onomatopeyas para que el niño las identifique; seguir instrucciones verbales (cierra los ojos, levántate, lávate las manos).

De los cuatro a los seis años: entender cuentos leídos en voz alta, respondiendo a preguntas sencillas. Los cuentos aumentarán progresivamente en longitud y dificultad. Con los más pequeños se puede comenzar utilizando frases sencillas “El perro corría en el parque” ¿Qué hacía el perro? o “Pablo se comió dos bollos de pan” ¿Cuántos bollos de pan se comió Pablo?; identificar frases sin sentido y explicar por qué no lo tienen (el gato ladra), (el oso vuela) o (las hormigas hablan); resolver adivinanzas sencillas (¿qué tiene cuatro patas pero no puede caminar?); identificar sonidos producidos por el cuerpo (palmas, chasquidos con la lengua, saltos y otros) y del medio (puerta al abrirse y cerrarse, tubo con agua corriendo…); y nombrar objetos según una característica dada (que sea azul), (que tenga ruedas), o (que sea grande).

Estimular mediante canciones y cuentos

En mayor o menor medida, todos los padres y madres de forma natural y espontánea cantan canciones y cuentan cuentos a sus niños (as), sobre todo por el placer que reporta ese tiempo mágico de conexión y comunicación con los hijos.

Alexia Alfaro